No sé por qué estoy llorando
Por Clarisa Granollers
Ficha técnica: Si la vida te da mandarinas… Origen: Corea del Sur. Creador: Ryoo Seung-hye. Actores: Lee Ji-eun, Park Bo-geom, Moon So-ri, Park Hae-joon.
El calor, la brisa del mar, cabellos grises que se mueven al correr el viento. Sobre la mesa, crayones y hojas, una consigna, decir aquello que no pudimos decir. Así abre el primer episodio de la serie coreana Si la vida te da mandarinas, un pantallazo sobre el recuerdo de una mujer que al llegar a sus 70 años, lo primero que describe es un mar azul, un azul profundo que la lleva a dirigirse a la orilla y llamar a su madre.
La serie sigue la línea generacional de Ae-sun y Gwan-sik desde su infancia hasta sus últimos días, desde los años 50 y 60 hasta el presente, en una isla pequeña de Corea del Sur. Los roles de género, las imposibilidades y limitaciones de la época, conforman la relación entre estos dos personajes que avanza y rompe de a poco el entramado de costumbres que los sofocan. Provenientes de familias distintas, esperando encontrarse aún sin que otros quieran que se encuentren.
Si la vida te da mandarinas, es un dicho que tiene su gracia. Reemplaza los limones, cuyo sabor es ácido, por mandarinas, como una representación del dulzor de la fruta sin olvidar su origen cítrico. La trama se desarrolla de forma similar, lo tierno, tenue, perpetuo de la vida y los momentos de derrota, la felicidad encontrada en los lugares más vulnerados, el triunfo aparejado de la pérdida, la dualidad de la vida.
Los capítulos van rememorando las estaciones, la primavera llega con el primer amor. El calor del verano, con su punitivo comienzo, nos muestra una vida juntos llena de dificultades, con esperanza de un progreso con claridad hacia el futuro. La pérdida de las cosas y la recomposición, la reunificación, la idea de que no todo es el final por más doloroso que parezca. El fructífero otoño es época de cosecha, la vida da saltos y abre puertas, siempre busca alternativas para ser sorpresiva. El invierno nos hace estar lejos, seguimos los pasos de la hija, Geum Myeong (Oro brillante), lejanas ciudades nuevas, distancias que parecen acrecentarse cuanto más problemas afrontan los personajes. Los conflictos desarrollados atraviesan las diferencias de la ciudad y el campo, del clasismo impreso en ellas, la necesidad de ser parte y sentirse fuera. Este invierno descongela los vínculos una vez que la tormenta pasa. “Un invierno resplandeciente”, título del episodio 12, nos dice que aún con las desdichas, aún con el mar en contra, el sol vuelve a salir, que aquello que representaba una distancia era temporal y en medio del interminable invierno, la salida del sol llega a todos.

“Qué vergonzoso sería haber renunciado y me alegra haberla vivido. Primavera otra vez. Siempre”. La vida parecía llena de problemas, con altercados, idas y vueltas que disipaban los deseos de la protagonista. Año tras año, estación tras estación, van floreciendo de formas inesperadas los sueños de su vida. El camino que había dispuesto quizá no era el final, no era el correcto, pero siempre llegó a su destino.
La serie tiene una particularidad narrativa, el uso del mismo actor para mostrarnos quién habla a través de los demás. La actriz Yeom Hye-ran madre de la protagonista, vuelve a aparecer nuevamente en el capítulo final como editora de libros. Sus palabras son claras y conmueven, con un sentimiento inexplicable lee la obra de poemas de la protagonista y dice: “No sé por qué estoy llorando pero me siento muy orgullosa”. A través de ese recurso nos habla la madre de la protagonista, como cierre perfecto, como una continuidad de ideas de amor, de cercanía por medio de ajenos, de otros. No fueron las palabras de la editora sino de alguien más que no ha podido caminar con el resto.
Vale la pena procesar sus tramas complejas, con personajes dispares que de cierta forma complican las decisiones de los protagonistas. Vale la pena afrontar la tristeza de sus vidas al verlos juntos en la tempestad, con las manos entrelazadas buscando refugio en los seres queridos. Por supuesto que vale el final, un final semi abierto en el que la conclusión queda en manos del espectador, para darle forma, contemplar, entender, vivir la vida en vidas ajenas.

A destacar la introducción de la serie, en tonos infantiles, diversos retazos de historia son colocados teniendo como denominador común las flores, el crecimientos, la primavera. Las imágenes cobran sentido al transcurso de los capítulos. Un triciclo, un jarro de caramelos, un barco en el mar, elementos que parecen simbólicos pero tienen historias, momentos claves en la serie, como un presagio de los hechos.
Aquella canción de la intro, “Ode to the green spring”, anuncia la brevedad de la primavera, los frutos, la alegría que perdura, entre ese presente eterno que nos muestra su llegada. Las estaciones pasan así como los momentos de la vida, cobran sentido atravesando las historias, vuelven a nosotros buscando aquello que siempre somos, eternos, volátiles, anclados en el pasado y en el disfrute de nuestro presente.
Las generaciones vendrán a reponer lo quebrado. Geum Myeong (Oro brillante) primera hija de los protagonistas dice: “Los sueños de mi madre eran muy pesados, es por eso que me los pasó a mí”. El sacrificio generacional por los otros, la madre Geum Myeong dice que cuando su hija entró a la universidad es como si ella pudiera entrar. La serie pone énfasis en las promesas que nos realizamos a uno mismo y a los otros. Nuestra protagonista, a sus 40 años, le dice a su esposo: “Has cumplido uno de mis tres sueños”. Los sueños no mueren con la vida, son traspasados, esperados por otros. Reposiciones de lo que fue y quedará. Así como la protagonista en los primeros capítulos comparte sus sueños con su madre, como una fantasía idónea, poco a poco son estos sueños los que le demuestran cómo honrar la presencia de los que ya no están y son transformados en promesas por una vida mejor y en memoria del sacrificio ajeno.


Clarisa Granollers
Estudiante de Comunicación Social
Amante del thriller psicológico.