Humor y minorías en la División Palermo
Por Álvaro Llera Martinelli
Las clásicas sitcoms han perdido su lugar de hegemonía para dar lugar a nuevas formas de realización humorísticas. Hoy las comedias se desarrollan bajo estándares de producción, realización y narración diferentes, donde entran en juego factores como la hibridación de géneros, la desaparición de las risas enlatadas, el abandono de los estudios de grabación, el aumento de la importancia de escenarios exteriores reales y un cambio en los métodos de construcción del humor, con mayor preponderancia del cinismo, la ironía, el humor visual, el silencio y el absurdo.
Al poco tiempo de su estreno, División Palermo se convirtió en una de las producciones más vistas de la plataforma Netflix, rompiendo con la noción de que la nueva comedia podría apuntalarse fundamentalmente en un público especializado y segmentado y no en el masivo que ha caracterizado a la sitcom tradicional. La mezcla entre humor y minorías que propone resulta novedosa en un contexto donde la corrección política juega un rol trascendente y donde a las ficciones les cuesta cada vez más complejizar temas considerados controvertidos y arriesgados.

La escritora Andrea Calamari dice que tanto Ricky Gervais como Steve Carell advierten que seguramente no podrían hacer hoy The Office sin enfrentarse a las hordas virtuales de ofendidos, sin terminar en la cancelación, sin caer en los reparos de los productores o las cadenas televisivas o las plataformas que se negarían a programarla. Es muy extraño -señala- el uso insistente del verbo “poder” para hablar de la creación artística y de ficciones en el contexto de democracias liberales.
En este sentido, me interesa pensar las características narrativas y humorísticas que hacen que División Palermo sea posible de ser estrenada en una plataforma masiva, no ofenda pese a las temáticas que aborda y, al mismo tiempo, sea graciosa y permita una reflexión sobre esas cuestiones.
En tono de comedia trágica, la serie presenta a Felipe (Santiago Korovsky), un hombre joven, blanco, de clase media, que afronta una serie de dificultades: su novia lo abandona, su padre lo invita a irse de la empresa familiar. Un personaje que parece no tener proyectos, ambición, ni valentía. Sumado a esto, sufre el robo del dinero de su indemnización. Así, devastado y como por casualidad, recae en la División Palermo.
“Vanguardia, cercanía, inclusión” es el lema de esta Guardia Urbana. Hay allí un indicio, como si la vanguardia hoy estuviera en la inclusión. Pero no en una inclusión genuina donde realmente se trate de equiparar posibilidades y ayudar a quien lo necesita. Esta “vanguardia” pareciera una pantalla moral donde lo que se busca es quedar bien parado con el resto y donde las minorías terminan siendo usadas descaradamente.
Es su condición de judío lo que le da la posibilidad a Felipe de pertenecer a la División. Al principio, las autoridades, que representan el cinismo cómplice de sectores de la política con la institución policial, dudan de si el ser judío es suficiente, pero rápidamente acuerdan que sí. Y no solo funciona como chiste, sino también como idea: hoy por hoy, cualquiera puede ser minoría de alguna forma, solo hay que buscarlo, forzarlo, acomodarlo. Aunque el comisario advierte: “lo que no sé es si suma a la imagen, a una foto”. Lo que importa es lo que se ve, lo que se muestra.
En algún punto, la serie entra en disputa con un clima de época y evidencia la reacción hacia algunas posturas que proclamándose defensoras de casi todo terminan señalando demasiado, generando un efecto de censura y promoviendo una sociedad hipersensible donde ya casi nada se puede decir sin ofender a alguien.
En el libro Previously On, Endika Rey cuenta como Ricky Gervais y Stephen Merchant, creadores de Extras y The Office, usan el nuevo modelo de sitcom para certificar que el humor necesita evolucionar si quiere seguir provocando risa. La comedia constantemente se reinventa, se transforma. Es posible detectar chistes, situaciones, bromas de otras épocas que ya dejaron de hacernos reír. División Palermo propone un humor que confronta y discute con su tiempo, porque le hace frente al temor de abordar temas que parecen vedados por la reacción que podrían suscitar. No se trata de hacer una oda a la incorrección política, sino de complejizar asuntos incómodos y que la risa tenga lugar en ellos.

Un acierto humorístico de la serie es diferenciar el tema del chiste del objeto de burla. En un terreno, el del humor, donde parece no haber muchas certezas, si hay algo que habilita el chiste es la risa. Y estos personajes comparten la voluntad de reírse de sí mismos, en un gesto contra la solemnidad y el paternalismo hacia estas minorías. En un contexto donde aflora una literalidad que arremete contra la creación artística, es importante esta distinción: hacer chistes sobre algo no significa reírse de eso en sí, sino también la posibilidad de reírse de discursos o formas de pensar ese tema, de cómo otros lo analizan, de lo imperativo.
Otra de las claves es la inclusión de todos estos personajes en un rol fundamental para la serie: sin ellos no habría historia o, al menos, no esta historia. Esto se diferencia de otras ficciones contemporáneas donde existe una tendencia que apunta a incluir minorías en un rol muchas veces irrelevante o injustificado para el desarrollo de la trama, como si se tratara llenar un cupo para escudarse ante posibles señalamientos.
Pero División Palermo no se agota en la comedia: propone una hibridación de géneros donde el policial también juega un rol fundamental. El humor se mezcla con momentos de acción, suspenso y misterio. Los personajes deben actuar en conjunto para sobreponerse a sus limitaciones, adentrándose en labores y en una violencia que desconocen para salvarse, mientras el relato tiene una mirada crítica hacia la política y la institución policial.
Schopenhauer decía que el humor es poner una cosa allí donde no va. Dolina cuenta que Borges nunca encontró un chiste que no encaje con esta definición. División Palermo se maneja a la perfección en este terreno humorístico y lo aplica no sólo en su premisa (minorías en el rol de fuerzas de seguridad) sino en decenas de gags que van apareciendo en cada capítulo y permiten que la serie cause gracia incluso en momentos en los que, por el peso de la dramatización, no debería. En este sentido, juega también con otra función que muchos le adjudican al humor: la de descomprimir, la de hacer menos pesada la existencia de los personajes y, por qué no, de quienes están mirando. Reírse, incluso en la tragedia, nos alivia un poco la vida.
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En síntesis, División Palermo es una serie novedosa porque, en tiempos de susceptibilidad social, se anima a meterse en un terreno repleto de controversias y sale bien parada. Ha sido estrenada en una plataforma masiva como Netflix y ha liderado rankings de popularidad, sin recibir quejas por el tratamiento de sus premisas ni intentos de cancelación. Esto tiene que ver con su tratamiento humorístico y con sus personajes, que tienen un rol preponderante y no se ven como víctimas de su condición. Que sea una comedia la hace más valorable, porque cuando de humor se trata las posibilidades son infinitas pero los riesgos también mayores. De aquí se deriva una pregunta sobre qué hay detrás de aquello de lo que nos reímos y también cuándo un chiste es un chiste. En esto, se ha dicho, la risa del interlocutor es fundamental, como también el contexto en el que se realiza y el papel de quien lo ejecuta y de quien lo recibe.
En un momento en el cual distintas plataformas del mercado audiovisual eliminan episodios, películas o agregan disclaimers en ficciones (antiguas y contemporáneas) por su contenido racista, xenófobo, homofóbico o machista, cabe preguntarse por qué Netflix, que no está exenta de este tipo de políticas, apuesta por una serie como División Palermo. Evidentemente, hay un mérito de la misma en el tratamiento de estás temáticas, como también una lectura de la plataforma de un principio de cambio social, donde estas posturas hipersensibles quizás se empiezan a aligerar.
La comedia es un gran medio para contar algo y para sentar posición sobre cualquier tema. Quizás, también, haya que seguir dando la batalla contra la literalidad, que aún persiste a la hora de interpretar algunas obras, y el camino pueda empezar a buscarse en aquellas que entiendan la lógica del propio chiste y que establezcan un sentido para el humor, por más que, por definición, el propio humor no lo tenga.