Creciendo juntos: Andrew Lincoln y Rick Grimes
Por Marcelo Pasalagua
Desde su aparición en la pantalla televisiva, en el año 1996, en un programa producido por la BBC llamado This life, Andrew James Clutterbuck, más conocido por su nombre artístico, Andrew Lincoln, seguramente imaginó para sí un exitoso destino en el mundo del espectáculo. Pero difícilmente en esa idea habitaba la forma de un progreso actoral atado a la transformación de un personaje que, sin dudas, determinó su carrera profesional, el más importante que le tocó interpretar hasta ahora: el de Rick Grimes en la exitosa producción de AMC The Walking Dead que se estrenó en el año 2010, y que se extendió exitosamente a lo largo de 11 temporadas.
Aquí no pretendemos desarrollar un análisis sobre la serie, sino centrar la atención en su protagonista masculino principal y en su crecimiento como actor.
Luego de sortear el casting, logró hacerse del papel para interpretar al sheriff post apocalíptico, quien más temprano que tarde, se erigirá en el líder de distintos y variados grupos. Todo sucede durante el devenir de este incierto período de la historia, plasmado magistralmente en el exitoso cómic de Robert Kirkman, determinado más por rupturas que continuidades que atraviesan cada una de las historias de los estoicos sobrevivientes del apocalipsis zombi.

Pero empecemos por el principio. El abrupto despertar del coma en que Rick se encontraba durante los primeros capítulos, lo pone de bruces en un mundo imposible de imaginar, en una diminuta ciudad llamada King County, en el estado de Georgia. Su esposa Lori (Sarah Wayne Callies), y su hijo Carl (Chandler Riggs), con la ayuda del policía, amigo y compañero de patrulla del propio Rick, Shane Walsh (Jon Bernthal), logran escapar, en medio del caos, a otra ciudad.
En el momento en que Rick logra, luego de un tiempo, reencontrarse con su familia y su amigo Shane, es cuando se empieza a evidenciar la forma en que el personaje interpretado por Andrew Lincoln va a empezar a romperse para pasar a construir así una primitiva y bestial subjetividad que determinará la dirección misma de la producción televisiva: una adorable alquimia de romanticismo salvaje, pulsión de muerte exasperante y sentido de supervivencia, todo amalgamado de manera brutal, tan brutal como el modo en que el carácter y los dilemas éticos que debe enfrentar un servidor de la ley en medio de un contexto tan hostil, van cambiando capítulo tras capítulo.
La muerte de su hijo, Carl, es otro punto de quiebre. Es formidable la manera en que Andrew Lincoln compone este momento del personaje transmitiendo al televidente una forma de angustia opresiva difícil de describir y solo asimilable a semejante situación. La sensación desde el otro lado de la pantalla es que la decadencia del personaje pareciera no tener techo.

A esta altura de la serie, el impulso artístico del actor es muy notable y claramente va de la mano de la transformación que el personaje experimenta en cada envío, fluctuando sin escalas de un líder componedor y comprensivo, a un hombre despiadado, al borde del desquicio total. Sin dudas, va dejando claro en cada escena la forma en que las pérdidas que va sufriendo, las quimeras que se van esfumando a cada paso, los personajes con los que debe lidiar, van resquebrajando la mismísima condición humana de nuestro héroe.
Sin embargo y como muestra de otra evidencia del desarrollo del actor, que acompaña la evolución del personaje, Lincoln logra cada tanto y hasta el momento de su desaparición en la explosión del puente, que Rick Grimes, despedazado interiormente en mil partes, desgarrado en su profundidad más oscura, mostrar que tiene para dar, aunque sea en cuentagotas, algo más de calidez humana. El televidente percibe, gracias a la pericia interpretativa del actor, los dilemas que sumergen a Rick en una profunda piscina existencial y lo interpelan directamente.
Es el mismo Rick quien, a través de los increíbles diálogos en “The Walking Dead: The Ones Who Lives”, sostiene la idea del bien común por sobre el interés particular, de la alteridad, de la necesidad de pensar un mundo en el que “el nosotros” se construye gracias a la existencia de “los otros”, aún a costa de renunciar al amor y a su propia familia.
En esta secuela de The Walking Dead vemos a Rick en una escena cargada de seducción y sensualidad, en la que sueña con un inicio utópico de la relación con Michonne (Danai Gurira) con un rostro relajado y atípico para el personaje que descubrimos en la serie original. El personaje en este esperado final, más allá del resultado y lo acelerada que parece la resolución, logra definitivamente consagrarse, sobre las espaldas de la solidez interpretativa de Lincoln, mostrándose más difícil de comprender y asimilar, generando mayor empatía con el espectador.
A modo de cierre, y esto es contrafáctico, la evolución de Andrew Lincoln como actor, se fue dando en simultáneo, en una directa correspondencia con el protagonismo casi excluyente del personaje de Rick Grimes… dos caras de la misma moneda.


Marcelo pasalagua
Docente. Adicto al binge watching sin recuperación.